3 nov 2010

Okapia


Okapia


“Voy a perderme en frases inocuas y manifestaciones melodramáticas.
En la niebla, allí, probablemente, me extraviaré.”

- ¡Shh… apaga la vela, silencio, alguien asoma, algo se condensa!
Indudable presencia material; señal que disuade todas las figuras de mi imaginación, mis delirios y mis sueños. Por tercera vez el hielo de volcán intenta reclamarme la vida, maestro de nociones recónditas, cenizal de historia, crisólito inmaculado. Heladas llegan desde el cráter del Vesubio por la misma senda que el desertor abrió, Espartaco está aquí, a discreción me interroga con su mirada. Hoy no me visita el retoñito de la vaca multicolor que lleva un arpón de escorpión por cola. Un cieno negruzco entre el blanco cauce inmutable se desborda mudo, ostra.
Pero el camino que no es prudente, no conoce de silencios habla, -dice-: -m e m o r i a; -dice-: -23 puñaladas asesinaron a Julio César, XXIII para el museo magnicidio, veintitrés para formar un charco de palabras: 1. Plasma, 2. Oxido, 3. Filarmónica, 4. Sensualidad, 5. Rex, 6. Borde, 7. Roma, 8. Gacela, 9. Diablo, 10. Séquito, 11. Velocidad, 12. Célula, 13. Púrpura, 14. Brillo, 15. Golconda, 16. Taumaturgia, 17. Cuerpo, 18. Megalomanía, 19. Trémulo, 20. Deberías, 21. Besarme, 22. Cainita, 23. Tripalium.
También en el camino hablador habitan herejes del siglo VIII de rumbo paralelo a la altura de la cruz. Otros más contemporáneos rezan un maitines hierático por la memoria de Merrick. Pero el camino perdámoslo, haciendo por alcanzarlo una multitud que presencia la electrocución de Topsy, las corrientes en guerra, (otra conmovedora historia elefantina) una humillante situación de ruina, de desarraigamiento y cinismo, una mañana de carabineros en formación. El camino no se calla, tengo tu voz y esta tragedia de antiguas victorias. El camino es tensión y conflicto ¿Cómo alcanzar el menos transitado? Sólo queda la carretera perdida de sus propios dolores, las rutas no existen. Ya no somos libres de querer espantar los recuerdos.
Esta no es la historia de mi plan de huida, hay lugares que nos retienen para siempre. Es lluvia de perdigones que revolotea el azul profundo, dejando a su paso un esparzo de pólvora gatomusa. Es cadáver de albatros en fuga hacia el brumoso vacío. Cadáver que duerme mientras flota sobre el océano jorobado de sepias carnosas. La vida es larga como sus alas y hay que conocer las formulas para ahogarse, crecer cerca del mar, hay que saber desaparecer.
Conjuré un pacto inexorable, tentado por la obscenidad, caído en maldad. La tentación del momento magnético elemental. La fuerza febrilmente copulada. El concurso secreto del amanecer mancillado de tus hermosas libélulas que pasean por mi ramal de memoria. Inter espacial fotosíntesis de tus fluidos y los míos, oyéndose de súbito en el choque de un acueducto que rompe todas fibras. Movimiento ascendente de nuestra marea. Amancebamiento nuestro supremo. Leche azucarada en desbandada. Esta noche avisa la certeza de un acercamiento fatal ¡Despierta fiera silenciosa del cúmulo estelar y reemplaza los caminos inhóspitos de la imbécil alegría! Soledad: un bastión para los escondidos. Las historias de vida y muerte ocurren todos los días.
Columnas de gatomusos agazapados en el norte del bosque me buscan, me vigilan estas heridas abiertas. Espeso es el polvo esta noche, enfantasma el vaho de nuestro toldo. Viene ella, derramara su sangre de niebla condensada, (Es la niña que alguna vez viste a horas imprevistas) todo se oculta, todo cambia cuando exhibe su azabache manto, nos aguarda, no se deja retratar, pero, probablemente se dejará seducir. Desaparece cuando han culminado sus actos de nigromancia y hechicería; y hasta nos deja ver la aridez de un paisaje que no arderá con el sol y no despertará cada noche de la muerte.
Ambos se alistaron para partir de allí:
- Páramo, páramo, corre, corre, huyamos de ésta fría harina que se empotra rápidamente y asalta nuestro blanco funeral.
- No prendas hogueras, espérame en la posibilidad del camino soñado, ya sabes, al sur. Seré quien lleve la nitroglicerina, el serrín y lo que haga falta. En esta violenta noche la intuición será nuestra amante y aliada.
- No te dejes caer, ni doler. Mi vida, déjate enlazar por el cielo abierto, donde mañana correrán nuestros okapis de algodón
- Envíen mi muerte desde el cráter del Vesubio por un sendero de laurel cerezo y amanitas, copos de avena y baldosas enjabonadas, así tardará mucho en llegar.
A la mañana siguiente:
- ¡Mira una manada, okapis! Ya basta de llorar que está saliendo el sol...
- Okapis, un perro, un gato, tú y yo.

                                                                                                                         Bogotá. Año 26 era Orwell


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