19 may 2011

Pirámide


A este humilde aposento escondido entre las formas de un risueño paisaje, han llegado recientemente los rumores que dan cuenta de lo que más allá de estas colinas acontece. Las voces hablan de un matrimonio real, de una beatificación y de una guerra. De la joven pareja de recientes nupcias se dice que mostraron, como a los de su género compete, todo el encanto de las cortes reales, sabiendo ganar el aprecio de sus fieles y la admiración respetuosa de sus antagonistas. También se afirma que fueron millones los asistentes, provenientes muchos de lejanos, e incluso, desconocidos reinos. Sobre la ceremonia en los más inmaculados altares, muchos discuten sobre la verdadera práctica de las cuatro virtudes cardenales y de las tres teológicas que exige toda santificación, pero ninguno duda en lo absoluto, cualquiera de los que a la contienda teológica haya entrado, de la realización de milagros. De allí que otros tantos millones, entre curiosos y fervientes adoradores de la cruz, hayan invadido la Sacra Ciudad para ser testigos de tal evento de apasionada relevancia histórica. Del último suceso la información es más que confusa. Los intereses de medio mundo se juegan en un país casi desértico cuyas tribus, emparentadas por viejas alianzas, han decidido entrar en combate, hacer llamado a naciones hermanas, quemar los viejos estandartes e iniciar una cruzada a precio de fuego, sangre y oro. Según se dice, aún sin terminarse, este conflicto cuenta ya en millones sus víctimas. En la pirámide que rige este mundo, Dios yace en las alturas. Le sigue, por su propia gracia, una minoría que para gobernar recure a los cruces incestuosos. En el siguiente estrato se reparten, de manera fraterna y filial, los que orando y guerreando aseguran, ora por el favor divino, ora por la agilidad bélica, la estabilidad del orden. Por último, entre confusos y dolientes, están los que labran la tierra de estos feudos; toda esa población que danza efusiva frente a los palacios imperiales; todo ese pueblo que llora emotivo ante el púrpura, la triada y las llaves benditas; toda esa masa que busca la inmortalidad en el anonimato de la muerte heroica.

Lucinasco,
año 27, era Orwell

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