Winnipeg, MA, Canada. año 27 era Orwell
Se me ha pedido que extorsione, hurte y ultraje a una honorable señora para redimir a un pueblo hambriento. Sin pedir mayores explicaciones, aseguré que lo haría. Además, no las necesito; incluso, no creo que éstas existan. No hacen falta explicaciones cuando está el legado de la culpa reencarnado en algún sujeto. Una marca en mi cuerpo se hace visible, tal vez la única de todas las marcas que mi cuerpo enseña. Ella sola basta para que sea yo el señalado con el silencio, el designado con la mirada, el elegido entre todos los miembros de este pesaroso, miserable, hambriento y bondadoso rebaño. Solo los pecadores como yo están destinados a las obras redentoras. Algún sabio supo decir que para todo gran pecador, su única salvación es la santidad. Oh!, que se sepan leer aquellas palabras pues tal santidad no está en la conversión de la fe sino en el permanecer en pecando. Así, la inmortalidad que acompaña a todo martirio no es otra cosa que la culminación de toda una vida de apostasía. Entre santo martirizado y martirio santificador no hay ninguna diferencia y no se es ni mártir ni santo que por la vía del pecado.
Cuál sea mi destino poco importa pues desde hace tiempo dejé de ser parte de sus caprichos; sobre mi sólo pesa la condena y mi vida, que tras de sí lleva una monótona sentencia, ya está liquidada. Otra forma de decir lo anterior sería: mi destino no ha cesado de repetirse. El que sea ahora el momento de elevarme entre los hombres para la más justa y despiadada de las obras, es el éxtasis de un agotador mas no agotado ciclo que descansa en vidas como la mía.
Oh!, me parece estar viendo las alegres caravanas, las festivas melodías, los coloridos alumbrados, los abrazos fraternos; cuánta alegría se esconde bajo la piel cubierta de sufrientes llagas de un pueblo sediento de venganza! Ahora es mi turno; «Es nuestro turno hermanos!». Siento la felicidad que como promesa de un lejano pasado está lista a realizarse pero, prudente y sabia como es, cede su plaza al silencio expectante. Todos saben que aquélla depende de mi obrar. Extorsionar, hurtar, ultrajar; no parece difícil pero ¿y si no lo hiciera? Significaría sumar a mi larga lista de faltas la de no cumplir con mi palabra; rechazar el honorífico título de la santidad y conformarme con una vida de oprobio y una muerte de olvido; permanecer a la sombra de todo carnaval de redención; ¿al caso todo eso no sería también el cumplir de mi destino?
El resultado de mi negativa sería el que ya conozco. Con tantos sentimientos latentes en los espíritus, fácil es que algún otro se ofrezca. Fracasará en su intento y con él, un nuevo ciclo se abre.
Ville san Sebastiano, año 27 era Orwell
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